FIESTA DE SANTA TERESA DE ÁVILA

 

El lunes 16 de octubre la Diócesis de Avellaneda-Lanús celebró su fiesta patronal secundario en honor a Santa Teresa de Ávila. La Procesión por las calles se inició en la Capilla Santa Teresa de Ávila de Lanús y culminó con la misa en la Parroquia San Judas Tadeo de la misma localidad. Una verdadera fiesta que hermanó a toda la diócesis.

A continuación se comparte el mensaje de nuestro Padre Obispo Marcelo (Maxi) Margni que compartió en la homilía de la misa central de esta fiesta.

Las fotos de esta jornada se pueden ver en https://www.facebook.com/media/set/?vanity=DiocesisAvellanedaLanus&set=a.706299008200936

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HOMILÍA EN LA FIESTA PATRONAL
DE SANTA TERESA DE JESÚS

 

«Con santa Teresa, comunidades en camino»:
en el lema de este año resuenan, de algún modo,
las orientaciones pastorales que les propuse hace unos meses
y que seguiremos profundizando durante algún tiempo.

Con santa Teresa, escuchamos hoy
la invitación de Jesús en su Evangelio:
«Permanezcan en mi».

Jesús pronunció estas palabras
«antes de pasar de este mundo al Padre»,
mientras se acercaba «su Hora»,
la Hora de quien ama hasta el fin.

Son su legado, su testamento, su consigna,
para aquellos que había amado y ama,
para la comunidad que él mismo había reunido y reúne,
para quienes, a lo largo de los siglos,
aún sin haber visto, hemos creído en él.

Las escuchamos, entonces,
en esta fiesta de santa Teresa de Jesús, nuestra patrona,
que supo comprender y, sobre todo, asumir en su vida
el llamado de Jesús en estas palabras:
«Permanezcan en mí».

Las escuchamos como un llamado dirigido también a nosotros,
comunidad diocesana, pueblo de Dios peregrino en Lanús y Avellaneda,
en el hoy de nuestro camino compartido
y en el hoy de la vida de nuestro pueblo:
«Permanezcan en mí».

Quisiera rescatar dos acentos de estas palabras de Jesús:
el llamado a permanecer unidos a él y en él
y el llamado a dar fruto.

*   *   *

Permanecer en Jesús, vivir unidos.
Jesús nos pide ser comunidades que están unidas en él.
Cuidemos la unidad.
¡Cuántas divisiones, cuántos recelos,
cuánta incapacidad de aceptar al otro…!
Y podríamos decirlo con una palabra todavía más dura:
Cuánto odio entre nosotros…

Cuidemos la unidad.
Sin unidad, no podemos nada.
Sin unidad, no podemos dar fruto.
La fuente de nuestra unidad está en Jesús.

«Si ustedes permanecen en mí
y mis palabras permanecen en ustedes…», dice Jesús.
El llamado a permanecer en Jesús
es el llamado a una vida arraigada en el Evangelio.

Es una hermosa imagen la del sarmiento, el retoño, unido a la vid:
si se corta, si se aleja, si no permanece unido a ella,
pierde su savia vital,
aquello que le da vida y lo hace fecundo.
Se ha vuelto estéril,
pronto se vuelve seco, sin fruto y sin vida.
Podríamos decir: cortarnos solos nos vuelve estériles.

En Pentecostés de este año les escribí una Carta
con orientaciones pastorales para los próximos años.
Les hablé de una consigna:
Revitalizar y fortalecer las comunidades locales.

Revitalizar.
No se trata de aumentar obras,
de embellecer y adornar nuestros espacios físicos,
ni de repetir e insistir en «lo que siempre se hizo así».
Se trata de volver a la fuente de nuestra savia vital,
a aquello, o mejor a Aquel que nos da vida y nos hace fecundos:
«Permanezcan en mí»,
permanecer en Jesús,
unidos a él y en él.

El primer acento que mencioné en mi carta es precisamente este:
Somos la Iglesia del Evangelio.
Recordando la enseñanza del Papa Francisco les decía entonces:
«Como cada generación que nos ha precedido
[aquí está santa Teresa y toda esa «nube de testigos» que nos rodea],
también nosotros estamos llamados a “volver a la fuente
y recuperar la frescura original del Evangelio”,
en la que se nutre nuestra vida
y de la que brota también la creatividad y el fervor de la misión».
Estamos llamados a darle prioridad
al «Evangelio vivido, celebrado y anunciado»[1].

Permanecer en Jesús, que su palabra permanezca en nosotros.
Jesús parece saber que la gran tentación para los creyentes
será siempre la de invocarlo con los labios,
pero tener el corazón lejos de él (cf. Mt 7, 21; 15, 8).
Volvamos al Evangelio.

En nuestra vida de cada día,
son tantas las palabras, las voces, los gritos,
los ruidos, los rumores, los anuncios…
Fácilmente nos inundan la vida, nos invaden…
y el riesgo es que también nos invadan el corazón.
Que, queriéndolo o no,
dándonos cuenta o sin percibirlo,
sean esas otras palabras
—no las de Jesús—
las que habiten en nosotros,
las que se conviertan en la savia de nuestra vida,
las que muevan nuestras decisiones,
nuestras elecciones,
nuestro día a día.

¡Cuántas palabras cargadas de cinismo,
de indiferencia, de odio…!
¡Cuánto discurso del viejo «sálvese quien pueda»,
«sálvate a ti mismo», como le gritaron al propio Jesús en la cruz!
¿Nos dejaremos ganar el corazón por esos discursos?

Volvamos al Evangelio:
«Permanezcan en mí…
Si ustedes permanecen en mí
y mis palabras permanecen en ustedes…», dice Jesús.

*   *   *

El llamado a permanecer unidos
nos conduce al otro llamado: dar fruto.
Permanecer en Jesús, unidos en él,
nos permite dar fruto.
La Palabra de Dios habla de dar fruto,
de fecundidad;
no habla de éxito, de triunfo, de suceso…

De allí nace el fruto que Jesús espera de nosotros:
«El que permanece en mí, y Yo en él,
da mucho fruto».

No es cualquier fruto.
Inmediatamente después de las palabras que hoy escuchamos,
Jesús agrega estas otras que conocemos bien:
«Permanezcan en mi amor.
Este es mi mandamiento:
que se amen unos a otros
como yo los he amado».

Son palabras que conocemos bien,
incluso si a veces las olvidamos
invadidos y conquistados por tantas otras palabras;
incluso si a veces nos cuesta, o no sabemos,
cómo ponerlas en práctica.

Permanecer en Jesús es permanecer en su amor,
es elegir el camino de aquel que «ama hasta el fin».
El fruto está en el amor concretamente vivido,
en la comunión que busca «caminar juntos»
y en la cercanía misericordiosa con quienes sufren
—la cercanía al modo de Jesús,
que supo salirse de su propio camino
para ir al encuentro del último, el ignorado, el más vulnerable.

Los pobres ocupan un lugar privilegiado
en el corazón de Jesús y de Dios;
por eso, son los primeros destinatarios del amor de la Iglesia,
de nuestras comunidades.
Convenzámonos de esto:
sin cercanía misericordiosa
con los pobres, con quienes sufren,
no habrá renovación de nuestras comunidades.

Dejar que la palabra de Jesús habite en nosotros
nos lleva irremediablemente al encuentro de los demás,
y en primer lugar, de quien sufre.

También en esto, santa Teresa, nuestra patrona, es buena maestra.
En una hermosa oración, escribía:
«¡Oh Jesús mío!,
qué grande es el amor que tienes
por los hijos de los hombres.
Tan grande
que el mayor servicio que se te puede hacer
es dejarte a ti
por amor y por el bien de nuestro prójimo.
Y entonces tú estás en nosotros más enteramente…
Quien no ama a su prójimo,
no te ama, Señor mío,
pues con tanta sangre, con tu vida entregada,
vemos mostrado el amor tan grande que tienes a los hijos de Adán»[2].

Quien no ama a su prójimo,
no te ama, Jesús.

Si pasáramos indiferentes ante el sufrimiento
de quienes están a nuestro lado, nuestros próximos…

Si nos dejáramos seducir por discursos
que desprecian a los más vulnerables
o sólo los recuerdan y usan para su propio beneficio…

Si como creyentes y como comunidades
renunciáramos a abrir las puertas y el corazón
para amar y servir,
para escuchar y consolar,
para socorrer y sostener,
para aliviar sufrimientos y defender la dignidad,
para incluir, hacer espacio, cuidar…

Si renunciáramos a amar,
no te amaríamos, Jesús.

«Permanezcan en mí…
Que mis palabras permanecen en ustedes…
Permanezcan en mi amor», nos dice Jesús.

Pidamos a santa Teresa de Jesús
que nos ayude a permanecer unidos,
unidos a Jesús y en él,
y a dar el fruto en el amor.

 

Padre Obispo Maxi Margni
Obispo de Avellaneda-Lanús

Lanús, 16 de octubre de 2023.

[1] Orientaciones pastorales para nuestra Iglesia en camino, 28 de mayo de 2023.
[2] Exclamaciones, II, 2: «¡Oh Jesús mío!, cuán grande es el amor que tenéis a los hijos de los hombres, que el mayor servicio que se os puede hacer es dejaros a Vos por su amor y ganancia y entonces sois poseído más enteramente; porque aunque no se satisface tanto en gozar la voluntad, el alma se goza de que os contenta a Vos y ve que los gozos de la tierra son inciertos, aunque parezcan dados de Vos, mientras vivimos en esta mortalidad, si no van acompañados con el amor del prójimo. Quien no le amare, no os ama, Señor mío; pues con tanta sangre vemos mostrado el amor tan grande que tenéis a los hijos de Adán».