ORDENACIÓN DIACONAL DE EZEQUIEL PI DOTE
En una radiante mañana de otoño, el sábado 31 de mayo la comunidad de Santo Cristo de Lanús se reunió con emoción para celebrar la ordenación diaconal de Ezequiel Pi Dote. El templo se colmó de fieles, amigos, familiares, seminaristas y sacerdotes de toda la diócesis de Avellaneda-Lanús. El P. Obispo Marcelo (Maxi) Margni presidió la celebración y regaló una homilía profunda y emotiva: “El sí de Ezequiel no es un impulso ni una moda; es un sí madurado, rezado, abrazado en el silencio, en la espera, en las heridas, y sobre todo, en la esperanza”. Y recordó que “Ser diácono es aprender a vivir de rodillas… ante las heridas del pueblo. Es tocar la vida de los pobres, los descartados, los jóvenes sin esperanza”.
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Con lágrimas y alegría, Ezequiel se postró durante la letanía de los santos, mientras la comunidad oraba por él. Un momento de gracia profunda.
Como María en la Visitación, también Ezequiel se pone en camino, llevando a Jesús a los demás con ternura, alegría y fidelidad.
La homilía completa del Padre Obispo Maxi Margni se comparte a continuación
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HOMILÍA PARA LA ORDENACIÓN DIACONAL DE EZEQUIEL PI DOTE
Querido Ezequiel, querida comunidad, hermanos y hermanas en el Señor:
Hoy la Iglesia se llena de alegría. No es una alegría cualquiera. Es la alegría honda, serena, llena de gratitud que nace cuando se reconoce que Dios sigue llamando, sigue confiando, sigue sembrando su Reino en el corazón de personas concretas. Hoy celebramos el sí de Ezequiel. Un sí que no es un impulso ni una moda; es un sí madurado, rezado, abrazado en el silencio, en la espera, en las heridas, y sobre todo, en la esperanza.
Las lecturas que Ezequiel eligió para este día son un reflejo de su camino, de su vida, y también de la misión que está recibiendo.
“Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado.” (Jer 1,5)
Así empieza Jeremías, y es como si Dios te hablara al oído hoy, Ezequiel. En tu historia personal, marcada por el cariño inmenso de tu hermosa familia, por el hogar sencillo de Lomas donde aprendiste los primeros gestos de ternura, de fe, de trabajo, de valores firmes… ahí ya estaba Dios. Cuando en tus años más jóvenes sentiste ese deseo ardiente de entregarte a Él, y no encontraste siempre las puertas abiertas, también ahí estaba Dios. Incluso en esos momentos en que dudaste si era para vos, en los que el dolor por cómo te veían los demás te hizo guardar silencio… incluso ahí, Él no se fue. Porque antes de todo, Dios ya te había consagrado. Y hoy eso que estaba sembrado en secreto florece públicamente. La comunidad entera lo ve, lo reconoce y lo celebra.
Como Jeremías, también vos le dijiste un día al Señor:
“Mirá que no sé hablar, que soy demasiado joven…”
O tal vez lo dijiste de otra forma: “¿Quién soy yo para esto?”, como Isabel en el Evangelio. Pero Dios te respondió lo mismo que a Jeremías: “No tengas miedo… yo estoy con vos”. Y lo está. Y lo estará.
Hoy sos ordenado diácono. Y aunque es una etapa previa al sacerdocio, no es un simple paso más. Es un sacramento. Es una configuración real y concreta con Cristo servidor. Con Cristo que se arrodilla ante los pies sucios de sus discípulos. Con Cristo que no vino a ser servido sino a servir.
Ser diácono es, de algún modo, aprender a vivir de rodillas. No sólo en la liturgia, sino en la vida. Es arrodillarse ante las heridas del pueblo. Es tocar la vida de los pobres, los descartados, los jóvenes heridos por la desesperanza. Y vos sabés bien lo que eso significa, porque antes de subir al altar, ya estuviste en lugares donde la vida duele: en ese centro de recuperación de menores, en los barrios donde la educación se juega cada día contra el abandono, en comunidades donde los vínculos están rotos y la esperanza flaquea.
La segunda lectura, de la carta a los Efesios, nos habla de la unidad del Cuerpo de Cristo y del don que cada uno recibe. Y es ahí donde tu historia cobra aún más sentido. Porque vos, Ezequiel, recibiste un don particular. El don de una sensibilidad profunda, de una mirada compasiva. El don de hacer sentir a los demás que son valiosos, que tienen lugar, que Dios los llama también a ellos. En un mundo que excluye por el aspecto, por la vulnerabilidad, por la diferencia, tu vocación grita con fuerza: “Dios no mira como miran los hombres”. Y eso te convierte en testigo. No solo de lo que enseñás, sino de lo que vivís.
La Virgen María, en el Evangelio, es el modelo perfecto de quien cree, de quien se pone en camino, de quien lleva a Cristo a los demás. También vos, como María, te ponés hoy en camino. Y no vas solo. Vas con tu historia a cuestas, con los abrazos de tus padres, con la complicidad de tus hermanos, con el cariño de tantos compañeros del seminario a quienes cuidaste como un hermano mayor. Y vas también con el amor de esta diócesis que te recibió, que te creyó, y que hoy te entrega su confianza.
A partir de hoy serás servidor del altar, de la Palabra y de la caridad. Serás voz de Dios en la comunidad. Pero sobre todo, serás testigo de que el amor de Dios sana, llama, levanta y envía.
Ezequiel, el Señor te eligió con nombre propio. Él sabe lo que pone en tus manos. No te preocupes si sentís que a veces te queda grande la misión. Acordate de lo que dijo el Señor a Jeremías:
“Yo pongo mis palabras en tu boca.”
No hace falta que seas perfecto. Hace falta que seas fiel. Humilde. Disponible. Alegre. Un servidor que no se pertenece, porque sabe que es del pueblo. Del pueblo que sufre, que reza, que espera, que necesita testigos.
Querido hijo, no olvides nunca de dónde venís. No olvides nunca que tu mayor fuerza es la compasión. Y que la mayor alegría del ministerio es el encuentro con los otros, con sus historias, sus miserias y su fe. El hermoso encuentro permanente con Jesucristo Vivo, Resucitado.
Que María, la madre que creyó, que llevó a Jesús en su vientre y lo dio al mundo, te acompañe siempre. Que ella te enseñe a decir con tu vida:
“Mi alma canta la grandeza del Señor…”
Y que la comunidad que te ve hoy ordenarte, rece por vos, te cuide, te escuche, y te acompañe en este camino que recién comienza.
Amén.
☩ Padre Obispo Marcelo (Maxi) Margni
Obispo de Avellaneda-Lanús
Avellaneda–Lanús, 31 de mayo de 2025.
Fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María