SALUDO A LOS SACERDOTES EN SU DÍA

 

Queridos hermanos sacerdotes:

Con esta sencilla carta, quisiera llegar a todos y a cada uno en particular para expresarles mi afecto fraterno y mi gratitud en este día de los párrocos y de todos los sacerdotes. Hoy estaré celebrando la Eucaristía en la Parroquia San Juan María Vianney, nuestro santuario diocesano de oración por las vocaciones, en Monte Chingolo; desde allí, me uno a ustedes y los tendré presentes en mi oración.

La fecha asociada a la memoria del santo Cura de Ars está también unida para nosotros al aniversario del martirio del beato Enrique Angelelli, y coincide este año con la celebración del domingo, «pascual semanal», memoria del buen Pastor que entregó su vida y, resucitado, sigue entregándola para que todos tengan vida. La superposición de estas imágenes resulta sugestiva: cada uno de ustedes ha respondido al llamado del Señor con un sí generoso, que se renueva cada día; y con su entrega cotidiana, muchas veces silenciosa y discreta, a veces incluso sufriente, se convierte en testimonio vivo del amor de Cristo y de su presencia en medio de su pueblo. Sé que interpreto y recojo el sentir de todas las comunidades de nuestra Diócesis al expresarles mi más profundo agradecimiento por esta entrega.

Soy consciente de los numerosos desafíos que enfrentan en su tarea pastoral. Hace ya más de medio siglo, los obispos reunidos en el Concilio Vaticano II hablaban de «un período nuevo» de la historia de la humanidad, caracterizado por «cambios profundos y acelerados» (const. Gaudium et spes, 4). Esa descripción parece todavía más adecuada para hablar de nuestro propio tiempo. Se vuelve cada vez más amplio el panorama de las hondas transformaciones sociales y culturales que nos atraviesan: la creciente diversidad y secularización de nuestros medios; el rápido desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación, que tanto impacto tienen en la marcha global de las sociedades y en la vida cotidiana de nuestra gente; la irrupción de nuevos modelos y la crisis de otros que parecían inamovibles hasta hace no mucho tiempo; los nuevos paradigmas de relación entre la Iglesia, sus comunidades locales, con la sociedad más amplia y sus instituciones…, y la lista podría extenderse. Nosotros mismos nos sentimos alcanzados y hasta zarandeados por estas transformaciones, y hasta en lo más singular de nuestra identidad y nuestro camino vocacional, en nuestro «estilo» de ministerio pastoral en el que hemos comprometido toda nuestra vida. No es extraño, sino más bien todo lo contrario, que ser pastores en este tiempo de «cambios profundos y acelerados» nos plantee preguntas críticas, desafíos hondos, y resulte por momentos una tarea incluso abrumadora, en la que palpamos no sólo la escasez de nuestros recursos sino también la fragilidad de nuestras fuerzas y la precariedad de nuestros mejores propósitos.

En este marco, el recuerdo del santo Cura de Ars, lo mismo que el de nuestro santo Cura Brochero, nos invita a descubrir otra dimensión que también atraviesa nuestras vidas y nuestro ministerio: aquella de la misericordia, esa misericordia que abraza nuestras fragilidades y llega a impregnar nuestro mismo estilo de pastoreo y presencia en medio de nuestro pueblo. Lo recuerdo con palabras del Papa Francisco en su homilía para la Misa Crismal de este año: «Cada uno de nuestros renacimientos interiores brotan siempre del encuentro entre nuestra miseria y la misericordia del Señor —se encuentran nuestra miseria y su misericordia—, cada renacimiento interior pasa a través de nuestra pobreza de espíritu, que permite que el Espíritu Santo nos enriquezca».

Quisiera, entonces, que mi palabra en este día fuera una palabra de reconocimiento y de aliento. Palabra de reconocimiento, ante todo, por el bien que hacen con su entrega y su cercanía al pueblo de Dios, aun en medio de tantos desafíos. Nunca duden de esto: incluso si la fecundidad de nuestros esfuerzos queda escondida a nuestros ojos, el ministerio de ustedes es una fuente de consuelo y fortaleza para muchos. Palabra de aliento, además, para invitarlos a dejarse reencontrar siempre por esa misericordia que nos sostiene y orienta nuestras vidas: en la escucha cotidiana de la Palabra y la celebración de la Eucaristía, en la oración personal y el silencio, en el cariño sincero de nuestra gente y una fraternidad sacerdotal cada vez más transparente y franca…, en la misma entrega generosa a las comunidades confiadas a nuestro cuidado y a los más pobres, vulnerables, sufrientes…, no son pocos los momentos en que el Señor de la misericordia, el Pastor bueno, sigue saliéndonos al encuentro. Dejémonos reencontrar por él.

En las visitas pastorales que vengo realizando desde comienzos de año, no he dejado de insistir, a las comunidades parroquiales, especialmente a los laicos, en la importancia de cuidar a los sacerdotes, sobre todo en lo que se refiere a sus condiciones de vida y su salud. Hoy la Iglesia en Argentina, a través del Programa Fe, lanza la campaña «Cuidando a quienes nos cuidan». Es una ocasión para ayudar a tomar conciencia de que también los pastores, como cualquier miembro de nuestras familias, necesitamos cuidado y apoyo en nuestra salud física y emocional. Es además una ocasión para contribuir con una sencilla donación al sostenimiento de las acciones concretas (mutual, hogares sacerdotales, etc.) que brindan apoyo a todos los sacerdotes del país y, en particular, a los que más lo necesitan. Los invito a difundir esta iniciativa en sus parroquias y a promover la colaboración de todos.

Que Cristo, nuestro buen Pastor resucitado, Aquel que incansablemente cuida de nuestras vidas, los bendiga y acompañe en este día y siempre.

Reciban mi saludo fraterno y cuenten con mi confianza y mi oración.

 

Padre Obispo Maxi Margni
Obispo de Avellaneda-Lanús

 

Avellaneda, domingo 4 de agosto de 2024