CON LA VIRGEN MARÍA, COMUNIDADES EN CAMINO
HOMILÍA EN LA FIESTA PATRONAL DIOCESANA 2023*
María en camino:
en camino por el arduo sendero de la región montañosa
para ir al encuentro de Isabel,
llevando a Jesús en su seno;
en camino, llevada al cielo, a la gloria de su Hijo,
en su «asunción» y su «tránsito»,
como se llamaba en otro tiempo esta fiesta
y nuestra misma Iglesia Catedral;
en camino también ahora, junto a nosotros,
porque, como decían los Obispos en el Concilio Vaticano II,
tras su asunción a los cielos,
María no ha abandonado su misión de madre
y «con su amor materno
cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan»[1].
María en camino:
esa es la imagen de la Virgen, Madre del Salvador,
que nuestra fiesta patronal pone ante nuestros ojos.
El Evangelio que acabamos de escuchar
narra una escena, a la vez, sencilla y llena de significado,
que conocemos bien, con la que estamos familiarizados,
pero que quisiéramos volver a escuchar y contemplar,
con oído y corazón atentos,
en el «hoy» de nuestro propio camino como Iglesia diocesana.
Apenas recibido el anuncio del ángel,
apenas pronunciado el «sí» que la convertía en madre del Salvador,
«María partió y fue sin demora a un pueblo» (Lc 1, 39).
Lleva en su seno al Dios-con-nosotros,
es portadora ella misma, con su sola presencia,
de la buena noticia.
El amor se hace gesto de cercanía y servicio,
se hace visitación y encuentro,
encuentro humano, humanísimo, de dos mujeres,
en el que nada extraordinario parece estar sucediendo.
Y, sin embargo, en la trama escondida de ese encuentro,
está Dios saliendo al encuentro, visitando,
llevando buena noticia a su pueblo.
Y brota la alegría,
la bendición en labios de Isabel,
el gozo que se hace saltar al niño que lleva en su seno;
brota el canto que celebra la misericordia de Dios, nuestro salvador,
que mira con bondad a los humildes y los eleva;
brota la mirada esperanzada y esperanzadora,
que sabe reconocer la cercanía bondadosa del Dios que nos salva.
Y todo comienza con ese simple movimiento:
«María partió y fue sin demora a un pueblo»,
María poniéndose en camino.
La imagen de ese encuentro
es un ícono en el que puede mirarse una Iglesia
que quiera en verdad vivir y anunciar el Evangelio.
Cuando hablamos o escuchamos hablar de evangelización,
con frecuencia pensamos en planes pastorales,
en iniciativas y acciones de parroquias, grupos, movimientos…,
en actividades que ponemos en marcha
y tratamos de hacer llegar al mayor número posible…
Y todo eso, es verdad, tiene que ver con la evangelización,
pero con una importancia relativa.
Evangelización es ante todo encuentro,
y el encuentro no nace si no es poniéndonos en camino.
En Pentecostés les escribí una carta
con unas sencillas orientaciones pastorales
que pudieran animarnos durante los próximos años.
La consigna que les propuse es esta:
revitalizar y fortalecer las comunidades parroquiales,
dando centralidad al Evangelio escuchado, vivido y anunciado,
creciendo en cercanía misericordiosa con los pobres y quienes sufren,
apostando por una conversión sinodal
de participación y responsabilidad compartida
en todas nuestras expresiones comunitarias.
Hoy, en nuestra fiesta patronal, la Virgen María
y con ella, el Evangelio y el propio Jesús,
parecen venir a alentarnos en este mismo camino.
«María partió», «se puso de pie».
Responde con prontitud, con disponibilidad,
a la llamada de Dios, a su buena noticia.
No se deja amedrentar, paralizar,
por la inmensidad de la misión que le espera
ni por el arduo camino que tiene por delante.
Portadores del anuncio del Dios-con-nosotros,
portadores de esperanza para este mundo que sufre,
vayamos también nosotros a su encuentro.
«María partió y fue sin demora».
«Sin demora»: estas palabras nos desafían y nos interpelan.
La actitud de María anticipa el gesto
de los primeros discípulos llamados por Jesús,
que también «sin demora» se pusieron en camino para seguirlo.
Anticipa el gesto que se espera de nosotros,
discípulas y discípulos del Resucitado,
comunidad que él reúne y envía hoy.
«Sin demora», disponibles a las llamadas del Evangelio.
Hay una tensión delicada en esto:
ni la inmovilidad que nos paraliza,
ni la prisa que nos dispersa.
No podemos quedarnos inmóviles,
anclados tal vez al pasado,
complacidos con lo que ya hemos hecho
o con el «siempre se hizo así».
Tampoco podemos precipitarnos ansiosamente
en cualquier dirección
sin un discernimiento atento, profundo
y, sobre todo, compartido.
Sin discernimiento,
sin confianza en la voz del Espíritu que se deja oír
cuando juntos nos ponemos a la escucha,
nuestros caminos se disgregan, se pierden en calles sin salida,
nos conducen casi inevitablemente a la dispersión
o, peor aún, al aislamiento y a las rupturas.
Tal vez aquí está el secreto de María:
María es la mujer que aprende a escuchar las llamadas que Dios le dirige,
que aprende a mirar los acontecimientos a la luz de la fe en el Dios que salva,
que aprende a reconocer el paso de Dios en la historia,
la concreta historia suya y de su pueblo,
donde Dios, escondido, sale al encuentro y visita.
María es la mujer atenta a lo nuevo que surge,
que busca nacer, que lentamente madura.
Sin apertura a lo nuevo, ningún camino es posible,
ningún encuentro es posible,
ninguna buena noticia se anuncia.
Ponerse en camino no es repetir lo de siempre,
sino abrirnos con disponibilidad a lo nuevo que surge,
a caminos nuevos que la historia nos pone por delante,
a caminos nuevos que Dios mismo nos abre.
Es verdad que abrirse a lo nuevo despierta temores.
Es aventurarse por terrenos desconocidos
y adentrarse por sendas que nos hacen sentir inseguros.
Con María quisiéramos renovar esa fe que nos permite superar el miedo,
esa fe que nos dice que Dios se nos adelanta en el camino,
y que no nos espera la ruina, sino el Dios que nos salva.
Es esta humilde confianza, no la ansiedad,
la que nos permite ponernos en camino.
Con María aprendamos a no prestar oído
a esos «profetas de desgracias»,
que «van diciendo que nuestra época,
comparada con las pasadas, ha ido empeorando»
y no ven en nuestro tiempo más que males y ruina[2].
Con María aprendamos a afinar el oído para la escucha,
a mirar los acontecimientos en torno a nosotros
con el mismo amor y hasta con la misma esperanza
con que Dios los mira.
De eso, precisamente, habla y canta su Magnificat.
Ponerse sin demora en camino es fruto de una escucha.
La verdadera conversión de nuestras comunidades
sólo es posible en la medida en que juntos
—lo repito: juntos—
nos ponemos a escucha del Evangelio
y nos dejamos guiar por él.
Conversión sinodal significa precisamente esto.
«María partió y fue sin demora a un pueblo».
Dejémonos alentar por la fe y la confianza de María.
Dejémonos animar por la disponibilidad y la apertura de María.
Dejémonos educar por la escucha atenta y la mirada esperanzada de María.
Con María, también nosotros
pongámonos en camino
para ir sin demora
al encuentro de nuestro pueblo.
Padre Obispo Maxi Margni
Obispo de Avellaneda-Lanús
Avellaneda, 15 de agosto de 2023,
solemnidad de la Asunción de la bienaventurada Virgen María.
* Lecturas bíblicas: Apocalipsis 11, 19a; 12, 1-6a.10ab; 1Corintios 15, 20-27a; Lucas 1, 39-56.
[1] Conc. Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 21 de noviembre de 1964, 62.
[2] Cf. Juan XXIII, Discurso Gaudet Mater Ecclesia en la solemne apertura del Concilio Vaticano II, 11 de octubre de 1962, 4.