LA IGLESIA DIOCESANA PEREGRINÓ A LUJÁN
La Diócesis de Avellaneda-Lanús peregrinó el sábado 02 de septiembre a la Basílica de Luján para llevar al pie de la Virgen las intenciones de todas las comunidades de esta porción de la Iglesia. Con el lema “Con María, comunidades en camino”, el Padre Obispo Marcelo (Maxi) Margni presidió la misa en el santuario de la Virgen colmada de peregrinos.
En su homilía el Padre Obispo Maxi recordó que “la cruz nos revela la resistencia pacífica del amor” y que “estamos llamados a mirarnos, a sentirnos llamados, a inspirarnos en nuestro camino como Iglesia diocesana y como pueblo”.
Además, el obispo diocesano compartió que “el Evangelio y el propio Jesús nos piden responder siempre a la inhumanidad del mundo con la respuesta creativa y comprometida del amor”, e invitó a “Revitalizar y fortalecer las comunidades locales”, que es “la propuesta pastoral que les hice en Pentecostés de este año. Se trata de redescubrir la experiencia de la comunidad, del caminar juntos, del encuentro, el diálogo y la fraternidad, como lugar en el que Dios hace surgir algo nuevo y mejor”.
La homilía completa se transcribe a continuación.
Las fotos de esta peregrinación están disponibles en https://www.facebook.com/media/set/?vanity=DiocesisAvellanedaLanus&set=a.678771334287037
El video de la Misa completa se puede ver en https://youtu.be/JBKnnY3Jtjw?si=nXsDct39zsSzKtiM
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HOMILÍA EN LA PEREGRINACIÓN DIOCESANA A LUJÁN
Una vez más, como Iglesia diocesana de Avellaneda-Lanús, venimos en peregrinación a este Santuario de Luján, casa de la Virgen y de nuestro pueblo.
La escena del evangelio que escuchamos resuena profundamente en nosotros. Nos encontramos en el calvario, al pie de la cruz. Contemplamos la escena más dolorosa y a la vez llena de amor: amor de la Madre junto a la cruz del Hijo; amor del Hijo que entrega su Madre al discípulo amado. En medio de la agonía y el sufrimiento, vemos un ejemplo supremo de amor, de fidelidad y de entrega.
La imagen del calvario nos habla de momentos en los que la corrupción moral y la mentira, la injusticia y la violencia parecen dominar nuestro mundo. Son tiempos en los que la sombra de la muerte parece alargarse sobre nuestra historia. Pero en medio de este oscuro panorama, la cruz nos revela la resistencia pacífica del amor, que no se resigna ni se vuelve cómplice de la inhumanidad, y le opone, por el contrario, la fuerza del don de sí mismo, de la comunidad. Aun en el momento oscuro de la cruz, Jesús crea en torno a sí una comunidad.
“Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí”, había dicho Jesús. Y el evangelista anotaba: “Iba a morir para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos”. Ahora, al pie de la cruz, Jesús entrega la Madre al discípulo y el discípulo a la Madre. Al pie de la cruz, Jesús hace nacer una pequeña comunidad, que es inicio e imagen de toda comunidad cristiana a lo largo de la historia. Una imagen en la que también nosotros estamos llamados a mirarnos, a sentirnos llamados, a inspirarnos en nuestro camino como Iglesia diocesana y como pueblo.
El horizonte puede parecer oscuro. Por momentos tenemos la impresión de vivir en un mundo y una historia condenados a la muerte… Las leyes del mercado internacional hambrean pueblos enteros. En distintos lugares parece imponerse el triunfo de las corrupciones políticas, los favoritismos, los negociados y sobornos. La industria de las armas avanza a paso inquietante, mientras en muchas sociedades se imponen la intolerancia, el proselitismo antiderechos, los neoautoritarismos maquillados de orden y eficacia. Los discursos de odio y las noticias falsas en redes sociales y medios de comunicación llegan a opacar la realidad, y parecen capaces de destruir cualquier confianza en la verdad y la justicia. Los abusos y violencias contra los niños, la obscenidad, la trata de personas, siguen haciendo estragos en nuestras sociedades. Y la misma Tierra, nuestra “casa común”, ha quedado a merced del afán desbocado de explotación y lucro.
¿Qué haremos? ¿Qué podemos hacer ante un cuadro tan oscuro? El Evangelio y el propio Jesús nos piden responder siempre a la inhumanidad del mundo con la respuesta creativa y comprometida del amor. La comunidad es la respuesta de Jesús, del Evangelio, a la oscuridad de la historia. A un mundo deshumanizado, quisiéramos responder entonces siendo comunidad, dejando que Jesús haga de nosotros una comunidad —pequeña y frágil, como la comunidad que nace al pie de la cruz, pero portadora de su fuerza y de su promesa, de su mismo Espíritu.
“Revitalizar y fortalecer las comunidades locales”, es la propuesta pastoral que les hice en Pentecostés de este año. Se trata de redescubrir la experiencia de la comunidad, del caminar juntos, del encuentro, el diálogo y la fraternidad, como lugar en el que Dios hace surgir algo nuevo y mejor. La experiencia de la comunidad es un modo de vivir el cristianismo ciertamente muy frágil y pobre. La comunidad se construye con esfuerzo y con paciencia, con generosidad y con entrega. No es un camino de facilidad… pero encierra una gran promesa: es el Evangelio de la sencillez y la debilidad humana, donde se manifiesta la fuerza de Dios. La fuerza de la comunidad no está en ella misma, sino en la Palabra de Dios que la hace vivir. Si confiamos en su promesa, anunciaremos con coraje y con confianza.
Por eso, en este día, junto a la Virgen, quisiéramos renovar nuestra fe en Dios y en el poder de su palabra, en la potencia del Evangelio anunciado y vivido. Y con la Virgen nos ponemos en camino.
Padre Obispo Maxi Margni
Obispo de Avellaneda-Lanús
Avellaneda, 02 de septiembre de 2023