EL NIÑO NACE EN LA INTEMPERIE:
PESEBRE VIVIENTE DE LA VICARÍA DE LA SOLIDARIDAD EN LA ESTACIÓN LANÚS
En la tarde del lunes 15 de diciembre la plaza de la Estación Ferroviaria de Lanús se transformó en un espacio de anuncio, memoria y compromiso. Allí, en un lugar de paso cotidiano, la Vicaría de la Solidaridad de la Diócesis de Avellaneda-Lanús celebró un Pesebre Viviente, una propuesta comunitaria que buscó hacer visible el misterio de la Navidad en el corazón de las realidades más heridas de nuestro pueblo.
El portal de Belén permanecía vacío. Mientras se escuchaban villancicos interpretados por el Coro Diocesano, los distintos grupos de la Vicaría se encontraban ya ubicados en sus espacios, representando las múltiples situaciones de fragilidad, lucha y esperanza que atraviesan la vida cotidiana de la diócesis. En ese clima, hicieron su ingreso los jóvenes que encarnaban a María y José, caminando entre los grupos, buscando lugar, mirando, preguntando con la mirada, sin encontrar acogida. Ni siquiera entre los más desfavorecidos parecía haber espacio. La escena, sencilla y elocuente, introducía el sentido profundo de la celebración.
La narración comenzó recordando que, como expresa León XIV, “desde la gruta de Belén, donde María, José y el Niño se encuentran en su desarmante pobreza, partimos de nuevo para comenzar una nueva vida siguiendo los pasos de Cristo”. En la ternura del pesebre —se decía— se esconde también una realidad dura: exclusión, desigualdad, insignificancia social. Y es allí, precisamente allí, donde Dios decide hacerse carne y habitar una humanidad herida, necesitada de transformación, de luz y de amor incondicional.
El recorrido del Pesebre Viviente fue presentando las distintas realidades acompañadas por la Vicaría de la Solidaridad:
Los adultos mayores, representados por la Granja Tiempo de Crecer, recordaron que ninguna sociedad puede permitirse descartar a quienes sostienen la memoria viva del pueblo. Lejos de ser una carga, siguen ofreciendo sabiduría y experiencia, y reclaman cuidado y reconocimiento.
La pobreza, encarnada por los Hogares de Cristo y la Noche de la Misericordia, puso palabras a una situación cada vez más extendida: aun con trabajo, a muchas familias les resulta difícil acceder a lo básico. En esos cuerpos cansados y en esas manos extendidas, Jesús vuelve a hacerse carne.
La realidad de la discapacidad, representada por el Pequeño Cottolengo Don Orione de Avellaneda, mostró que en quienes el mundo suele llamar “menos capaces” se revela, muchas veces, una capacidad inmensa de amar. Un Jesús que camina con ruedas, que es llevado, que sonríe y también llora, interpeló con fuerza el mandato evangélico del cuidado.
El cuidado del medio ambiente, a través del Servicio Diocesano Laudato Si’ y los espacios vinculados a la cuenca Matanza-Riachuelo, recordó que Dios no nace entre las nubes, sino en la tierra concreta, en la casa común que compartimos.
Las cooperativas y el mundo del trabajo pusieron en escena la precariedad laboral y la desigualdad estructural, pero también las respuestas comunitarias que surgen desde la economía popular, donde la dignidad del trabajo vuelve a ocupar un lugar central.
La denuncia de la violencia contra las mujeres, la trata y la prostitución resonó con particular fuerza: nadie es mercancía, ningún cuerpo es objeto, ninguna vida es descartable. La esclavitud no es cosa del pasado, y la indiferencia también puede convertirse en complicidad.
La diversidad de género fue presentada desde una clave clara y evangélica: hablar desde el amor. Una Iglesia que no pone límites al amor, que no busca enemigos sino personas a quienes amar, es una Iglesia necesaria para este tiempo y para sí misma.
Las migraciones, encarnadas por las colectividades latinoamericanas, recordaron que los pueblos que llegan no restan, sino que enriquecen; no son amenaza, sino futuro compartido.
La realidad de las adicciones, acompañada por la Pastoral de Adicciones, Tiempo de Crecer y Hogares de Cristo, mostró que Jesús nace también en la oscuridad de lo que quita libertad, ofreciendo luz allí donde hay cadenas.
Finalmente, la Pastoral Misionera recordó que la Navidad no se encierra en la gruta, sino que se expande y se vuelve anuncio allí donde la injusticia es más profunda.
La celebración concluyó con las palabras del Padre Obispo Marcelo (Maxi) Margni y del Vicario General, Padre Osvaldo De Piero, y con una certeza compartida: “la luz que nace en Belén no está destinada a quedar en un gesto piadoso, sino a encender la conciencia en el presente”.
El Pesebre Viviente, celebrado en medio del pueblo y a cielo abierto, fue una confesión de fe encarnada: Dios sigue naciendo hoy, en la intemperie, allí donde la vida duele y donde el amor todavía puede abrir camino.
Al finalizar el Padre Obispo Maxi y los sacerdotes bendijeron a todos por la Navidad.
