CARTA PASTORAL DE ADVIENTO 2025
“Profetas de esperanza: una palabra en tiempos difíciles”
Queridos hermanos y hermanas de la diócesis de Avellaneda-Lanús:
Mientras el Jubileo de la Esperanza se va acercando a su conclusión, comenzamos el tiempo del Adviento. El Adviento, al hacer memoria de la primera venida del Hijo de Dios, que no vino a ser servido sino a servir, es también, de modo especial, un tiempo para reavivar la caridad y la solidaridad en el corazón de nuestras comunidades.
Vivimos este Adviento en medio de una realidad difícil para nuestro pueblo. Muchos hogares han perdido ingresos, cobertura y seguridad; muchas personas experimentan la angustia de la incertidumbre y la humillación de no poder sostener dignamente a los suyos. Como decían mis hermanos obispos en torno a la fiesta de San Cayetano,
“la falta de trabajo hiere profundamente la dignidad de las personas y puede conducir al desaliento, al aislamiento y a la pérdida de sentido. En todo plan económico, cuidar el empleo y las fuentes laborales debe ser una prioridad indeclinable. Ninguna medida puede considerarse exitosa si implica que los trabajadores pierdan su empleo”[1].
Hace pocos días, junto a los miembros de la Vicaría de Solidaridad, nos reunimos en el obispado con representantes de pequeñas y medianas empresas de Avellaneda y de Lanús para escuchar la dura realidad que están atravesando. En esa ocasión los animé a sostener una mirada crítica y realista, pero no resignada: “La esperanza no es evasión —les dije — sino la fuerza humilde que nos permite seguir construyendo entre todos”. Es por eso que decidí hablar de sobre el drama del desempleo en esta carta pastoral, poniendo el énfasis en la esperanza.
Y precisamente a esa esperanza quiero animarlos en el comienzo de este Adviento. Como decía nuestro querido Beato Eduardo Pironio,
“para los tiempos difíciles hace falta la esperanza, pero la esperanza firme y creadora de los cristianos que se apoya en «el amor del Padre, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8,39)… Esa es nuestra misión hoy, a la que no podemos renunciar Los hombres tienen derecho a que nosotros esperemos contra toda esperanza, seamos constructores positivos de la paz, comunicadores de alegría y verdaderos profetas de esperanza”[2].
Una esperanza que es cercanía a quienes más sufren
A quienes hoy sufren la pérdida del empleo, a las familias que tiemblan por el futuro de sus hijos, a los trabajadores con contratos precarios, a quienes viven con angustia e incertidumbre, les digo con sencillez y cercanía que no están solos: la Iglesia camina con ustedes.
Una esperanza que se hace profecía
No estamos para consolar únicamente con palabras: nuestra misión exige acompañamiento concreto, escucha, y una palabra profética que denuncia estructuras que deshumanizan. Como decía el Papa León XIV en su primera exhortación apostólica – que invito a todos a leer y meditar con corazón abierto -,
“es responsabilidad de todos los miembros del pueblo de Dios hacer oír, de diferentes maneras, una voz que despierte, que denuncie y que se exponga, aun a costo de parecer ‘estúpidos’. Las estructuras de injusticia deben ser reconocidas y destruidas con la fuerza del bien, a través de un cambio de mentalidad, pero también con la ayuda de las ciencias y la técnica, mediante el desarrollo de políticas eficaces en la transformación de la sociedad. Siempre debe recordarse que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación individual e íntima con el Señor. La propuesta es más amplia: es el Reino de Dios. Se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. Buscamos su Reino”[3].
Una esperanza que siempre apuesta por el diálogo
En el reciente encuentro con los representantes de las PYMEs, vimos la urgencia de abrir mesas de diálogo entre productores, trabajadores, sindicatos y los distintos niveles del Estado. Esa apertura de canales de diálogo que la comunidad empresarial nos pidió debe ser impulsada con firmeza pastoral y civil: el bien común exige que se escuche a quienes producen y a quienes dependen del trabajo para vivir con dignidad. La Iglesia local, en la instancia de la Vicaría de la Solidaridad que tan fuerte ha trabajado este año, se ofrece como espacio puente y acompañante en ese diálogo, buscando soluciones que protejan el empleo y promuevan la justicia social.
En este sentido, como pastor, quiero dirigir un llamado respetuoso y firme a quienes tienen responsabilidades políticas y económicas: el trabajo no puede ser sacrificado en nombre de teorías que priorizan el beneficio sobre la persona. Pedimos políticas que protejan el empleo registrado, que incentiven la producción local, que promuevan la formalidad y que brinden redes de seguridad social a los más vulnerables. La tradición de la doctrina social de la Iglesia —desde la “Rerum Novarum” de León XIII hasta nuestros días— nos insta a que el sistema económico sea instrumento para la dignidad humana, no su opresor.
Una esperanza que mueve a la acción
Pero también quisiera invitarlos a que, en cada comunidad de la diócesis, puedan discernir, en este tiempo de Adviento, acciones pastorales y sociales que puedan ser una respuesta concreta a la realidad que vive nuestra gente. Pienso, por ejemplo, en iniciativas de acompañamiento inmediato, líneas de escucha pastoral, equipos que orienten a personas en situación de pérdida de empleo, mesas locales de diálogo en los barrios, promoción de la economía solidaria, redes de solidaridad concretas. Como decía el Papa Francisco,
“es el momento de dejar paso a la fantasía de la misericordia para dar vida a tantas iniciativas nuevas, fruto de la gracia. La Iglesia necesita anunciar hoy esos «muchos otros signos» que Jesús realizó y que «no están escritos» (Jn 20,30), de modo que sean expresión elocuente de la fecundidad del amor de Cristo y de la comunidad que vive de él”[4].
Estas medidas son parte de la caridad concreta que el Adviento nos impulsa a vivir como preparación a la Navidad: no una caridad improvisada, sino organizada, solidaria y con vocación de permanencia.
Una esperanza que se convierte en compromiso y misión
En su última Navidad, poco después de abrir la Puerta Santa, el Papa Francisco nos decía:
“Todos nosotros tenemos el don y la tarea de llevar esperanza allí donde se ha perdido; allí donde la vida está herida, en las expectativas traicionadas, en los sueños rotos, en los fracasos que destrozan el corazón; en el cansancio de quien no puede más, en la soledad amarga de quien se siente derrotado, en el sufrimiento que devasta el alma; en los días largos y vacíos de los presos, en las habitaciones estrechas y frías de los pobres, en los lugares profanados por la guerra y la violencia. Llevar esperanza allí, sembrar esperanza allí”[5].
El Adviento nos llama a esperar con los ojos abiertos y las manos dispuestas. No se trata de una esperanza pasiva, sino activa: esperanza que exige conversión personal y social, que nos pone en camino para construir relaciones laborales más justas, empresas más responsables, comunidades más solidarias. Como Pastor, los invito a encender esa esperanza en nuestras familias, comunidades y lugares de trabajo; a rezar por los desempleados y por los que toman decisiones; y a actuar con creatividad y valentía en favor del trabajo digno.
☩ Padre Obispo Marcelo (Maxi) Margni
Obispo de Avellaneda-Lanús
Avellaneda-Lanús, sábado 29 de noviembre de 2025.
[1] Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina; Mensaje para la Fiesta de San Cayetano; 7/8/2025.
[2] Beato Eduardo Pironio; “Meditación para tiempos difíciles”; 1975.
[3] León XIV; Exhortación Apostólica “Dilexi te” sobre el amor hacia los pobres, 97.
[4] Francisco; Carta Apostólica “Misericordia et misera”, 18.
[5] Francisco; Homilía en la Misa de Nochebuena y Apertura de la Puerta Santa; 24/12/2024.
