HOMILÍA EN LA MISA DE ANIVERSARIOS DEL PADRE OBISPO MAXI

 

Homilía del Padre Obispo Carlos Tissera, de la Diócesis de Quilmes, en la misa de las Bodas de Plata sacerdotales del Padre Obispo Marcelo (Maxi) Margni, y en su tercer aniversario de inicio de ministerio episcopal en Avellaneda-Lanús, el martes 24 de septiembre de 2024.

P. OBISPO MARCELO JULIÁN “MAXI” MAGNI
Martes 24 de septiembre de 2024
Catedral de Avellaneda-Lanús

 

Hermanas y hermanos:

Agradezco la invitación que me hicieron para hacer esta homilía. Con todo gusto acepté y lo hago de todo corazón.

Nos unimos a tu acción de gracias, querido hermano y amigo Maxi. La celebración de las Bodas de Plata sacerdotales, como cualquiera de los jubileos de nuestra vida familiar y ministerial, es motivo para alegrarnos profundamente y cantar la misericordia del Señor. Porque sabemos que la vida es un don de Dios y que, en este caso, el ministerio es fruto de una pura elección de su corazón de Buen Pastor que, conmovido por la necesidad del Pueblo de Dios, nos consagra para la misión de enseñar, santificar y cuidar en su Nombre. Amar y servir es la razón de nuestra vida. Somos criaturas amadas por Dios, salidos de sus manos, para hacer presente su amor misericordioso.

Por ser criatura humana, Maxi, has nacido en una familia concreta de este sudeste bonaerense, conformado por hombres y mujeres de trabajo; en un hogar de hijos de inmigrantes, como tantos, donde mamaste los valores de la cultura cristiana y popular. Naciste compartiendo tu nido maternal con otro ser, tan preciado para vos, tu hermana melliza Laura. Dios quiso que el compartir fuera esencial en tu vida, algo tan necesario para el corazón sacerdotal. Papá y mamá cuidaron de ustedes con el mayor de los cariños ya desde elegir dónde nacer; debía ser un lugar con más cuidados (¡eran mellizos para mamá Lili!) Berazategui era distante de la casa de la abuela; eligieron el Hospital Fiorito. Quién iba a pensar que luego aquí desarrollarías tu misión episcopal. Marcos, tu hermano mayor, cuidadoso y ordenado fue el que los protegía para que se fueran insertando en la vida social, de los amigos y vecinos. Hoy queremos dar gracias a Dios por el don de tu vida y de tu familia, primer lugar de tu formación humana y cristiana.

Un sacerdote es fruto de la acción de Dios, en primer lugar.

“Es una obra que requiere el valor para dejarse modelar por el Señor, para que transforme nuestro corazón y nuestra vida. Esto hace pensar en la imagen bíblica de la arcilla en manos del alfarero (cf Jeremías 18, 1 – 10) y el episodio en el que el Señor le dice al profeta Jeremías: (v. 2) «Levántate y baja a la alfarería». El profeta va y, observando al alfarero que trabaja la arcilla, comprende el misterio del amor misericordioso de Dios. Descubre que Israel está custodiado en las manos amorosas de Dios, que, como un alfarero paciente, se hace cargo de su criatura, pone la arcilla en el torno, la moldea, la plasma y, por lo tanto, le da una forma. Si se da cuenta de que la vasija no ha salido bien, entonces el Dios de la misericordia echa otra vez la arcilla en la masa y con la ternura del Padre, de nuevo empieza a moldearla” (Discurso de Francisco en el Congreso Internacional sobre la “Ratio Fundamentalis”, 7 de octubre de 2017)

“Dios es el artesano paciente y misericordioso de nuestra formación sacerdotal y este trabajo dura toda la vida. Cada día descubrimos —como san Pablo— que llevamos «este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros» (2 Corintios 4, 7), y cuando nos separamos de nuestros cómodos hábitos, de la rigidez de nuestros esquemas y de la presunción de haber llegado ya, y tenemos el valor de ponernos ante el Señor, entonces Él puede reanudar su trabajo en nosotros, nos plasma y nos transforma” “El sacerdote que día tras día se confía en las manos expertas del Alfarero con la «A» mayúscula, conserva a lo largo del tiempo el entusiasmo en el corazón, acoge con alegría la frescura del Evangelio, habla con palabras capaces de tocar la vida de la gente; y sus manos, ungidas por el obispo el día de la ordenación, son capaces de ungir a su vez las heridas, las expectativas y las esperanzas del Pueblo de Dios” (Cfr. Idem)

“¡cada uno de nosotros, los sacerdotes, estamos llamados a colaborar con el Alfarero divino! No somos sólo arcilla, sino también ayudantes del Alfarero, colaboradores de su gracia. En la formación sacerdotal, la inicial y la permanente, —¡las dos son importantes!— podemos identificar al menos tres protagonistas, que también se encuentran en la «casa del alfarero».

El primero, somos nosotros mismos. El segundo protagonista son los formadores y los obispos. Por último, el Pueblo de Dios”.

Hace 25 años, un día como hoy, eras ordenado sacerdote junto con tu amigo y compañero el P. Rodrigo Godoy. Ambos fueron protagonistas de su formación en el Seminario de Quilmes, el gran sueño del Padre Obispo Novak. En esa casa tan querida, fuiste discerniendo el llamado, dejándote modelar por el Espíritu, forjando tu personalidad humana y cristiana; en el encuentro personal con Jesús, fuiste aprendiendo de Él su forma de amar y de servir.

Tuviste la dicha de conocer personalmente al Padre Obispo Jorge Novak. Compartiste charlas, clases y celebraciones con él. Siempre recuerdo algo que me contaste. Una vez, con la sinceridad que te caracteriza y con la frescura de joven de aquel momento, le hiciste un comentario sobre alguna actitud de un consagrado; hasta el día de hoy no te olvidas de la serenidad y paternidad con que te respondió; sólo fueron cinco palabras, sencillas y claras, nacidas de la sabiduría de un padre y pastor con todas las letras. Su imagen y sus palabras se grabaron para siempre en tu corazón de consagrado. Los obispos, los sacerdotes y demás encargados de nuestra formación, son instrumentos de los que Dios se vale para forjar en nosotros un alma sacerdotal para su pueblo.

“No lo olvidemos nunca: la gente, con sus situaciones complejas, con sus preguntas y necesidades, es un gran «torno» que plasma la arcilla de nuestro sacerdocio. Cuando salimos hacia el Pueblo de Dios, nos dejamos plasmar por sus expectativas, tocando sus heridas, vemos que el Señor transforma nuestra vida. Si al pastor se le asigna una porción del pueblo, también es cierto que al pueblo se le asigna el sacerdote. Y, a pesar de las resistencias y las incomprensiones, si caminamos en medio del pueblo y nos entregamos generosamente, nos daremos cuenta de que es capaz de gestos sorprendentes de atención y ternura hacia sus sacerdotes. Es una verdadera escuela de educación humana, espiritual, intelectual y pastoral. El sacerdote, efectivamente, debe estar entre Jesús y la gente: con el Señor, en la Montaña, renueva cada día la memoria de la llamada; con las personas, en el valle, sin asustarse nunca de los riesgos ni endurecerse en los juicios, se ofrece a sí mismo como el pan que alimenta y el agua que apaga la sed, «pasando y haciendo el bien» a los que encuentra en el camino y ofreciéndoles la unción del Evangelio” (Cfr. Idem)

Querido Maxi, con vos damos gracias hoy por el pueblo de la Diócesis de Quilmes. Sos hechura de ese pueblo humilde y pobre que camina en el sur de Buenos Aires. Como dice el canto del P. Germán Pravia: “En el sur de Buenos Aires nos vinimos a juntar; hoy al pie de nuestra cruz está María de Luján. Se nos mezclan las culturas, cumbia, rock y chamamé; somos pueblo que madura…”

Las distintas comunidades que acompañaste, tanto en Berazategui, como en Quilmes y en Florencio Varela, fueron forjando tu ser “pastor con olor a ovejas”. Dios mismo fue animando a toda esa gente que encarnaban, a su manera, los cuatro cauces fundacionales de la Diócesis que son el ardor misionero, la opción preferencial por los pobres, la defensa de los derechos humanos y el ecumenismo. El Señor por pura misericordia quiso elegirte mediante la decisión del Papa Francisco, para que seas mi Obispo Auxiliar en Quilmes y, luego, el Obispo de esta querida Diócesis de Avellaneda-Lanús.

Con el paso de los años, en esto de ir celebrando aniversarios de nuestra vida, se nos hace tan patente una realidad que siempre nos acompaña: la fragilidad. Recuerdo aquí a un gran sacerdote y teólogo, “maestro de Teología”, que tuve la dicha de tenerlo como profesor, el P. Lucio Gera. Dice:

“(el sacerdote) es un hombre, no Dios. La fragilidad no es algo que se declama, que se recita, sino algo que uno vive y que ha vivido. Es verdad, es real. Esto se lo digo especialmente a los seminaristas; la fragilidad es real y permanece después de la ordenación. Es verdad que uno tiene que aprender a no descansar en la propia fragilidad, a no pactar con la propia fragilidad, ni tampoco escudarse en ella para hacer cualquier disparate, o para vivir en la mera mediocridad”

“La peor fragilidad de uno es aquella que aparenta ser fuerte: la fragilidad de la propia soberbia, del orgullo, de la vacía vanidad, de la explosión fugaz de la ira, la pereza, del “no me molesten”. Sí, también el sacerdote descubre la malicia en el propio corazón y no solamente fuera de sí mismo”.

Al celebrar la vida y el ministerio, demos gracias porque el Señor no abandona la obra de sus manos.

Todos sabemos que nuestra Diócesis de Quilmes nace como una hija de esta Diócesis. Ya estamos caminando hacia la celebración de nuestras Bodas de Oro en el 2026. Nuestras historias están muy entrelazadas. Muchas hermanas y hermanos tienen familiares y sus lugares de trabajo en uno y otro lado. Cada una de nuestras Diócesis tiene sus improntas y particularidades. Eclesialmente hay un hecho que hoy quiero destacar, y que algunas veces hemos comentado con Maxi y otros más. Por más de 30 años fue párroco de esta Parroquia Nuestra Señora de la Asunción el P. Bartolomé José María Ayrolo. Luego de ser ordenado sacerdote en 1894, fue teniente cura de la Inmaculada de Quilmes, y luego su párroco desde 1900 a 1903. Luego de estar en Pergamino, en 1908 es nombrado párroco de esta Parroquia de la Asunción.

En esta parroquia, como en Quilmes, fue un hombre comprometido con la cuestión social, especialmente en la promoción de la mujer y en la atención, cuidado y protección de los inmigrantes. ¿Quién fue el que modeló esa alma de cura preocupado por el bienestar integral de su pueblo? Nada menos que el Santo Cura Brochero.

Debido a que el P. Ayrolo sufría de asma, los médicos le recomendaron estar alguna temporada en Córdoba. Le sugirieron algunas familias de Quilmes que fuera a Villa del Tránsito, donde era párroco el cura Brochero. Gracias al P. Bartolomé Ayrolo tenemos unas hermosas pinceladas de la biografía del Santo Cura y muchas anécdotas y transcripciones de sus homilías y enseñanzas. Todos los veranos viajaba a Villa del Tránsito y desde allá, semanalmente enviaba sus escritos al periódico “La Lectura” de la Parroquia de Quilmes. Así le escribe al P. Antonio Rossi, párroco de Quilmes, el 3 de febrero de 1897. Ayrolo tenía 27 años.

“Mi querido Cura y amigo: te diré algo de lo más notable que hay en este departamento: es el Cura José Gabriel Brochero. Hombre de baja estatura, de unos 57 años, frente algo deprimida, boca y orejas bastante notables, nariz gruesa, ojos medio turbios y tiernos, color tostado… creo que es una de las obras que se le escapó al Creador sin darle la segunda mano pero que, por lo mismo, lo tomó el Redentor para hacer de él un apóstol, único sin duda ninguna en toda la República por su celo, por su carácter, su modo de ser, su virtud, por los extraños modos de evangelizar.

Bajo la corteza más grotesca con que se pudiera pintar a un sacerdote, ya sea en su traje, ya en su modo de hablar, encierra Brochero un corazón más grande que todo el Departamento del que es digno Cura. De carácter alegre y comunicativo, franco como un niño, está siempre dispuesto a servir a todo el mundo, tanto al rico como al pobre, al bueno como al malo. Su mano siempre está abierta cuando se trata de socorrer alguna necesidad.

¡Brochero! aquí es el hombre de la situación, el alma de estas sierras, tan pronto se le ve en un confesionario como montado, de poncho y chambergo, en su mula, llevando un queso a un amigo o visitando enfermos a leguas y leguas, desvelándose por todos como un padre de numerosa familia”.

Creo que el P. Bartolomé Ayrolo, compartiendo con el Cura Brochero, experimentó en su vida lo que el Papa Francisco dice acerca de nuestra formación pastoral:

“Así se forma el sacerdote: huyendo tanto de una espiritualidad sin carne, como también, a la inversa, de un compromiso mundano sin Dios”

Querido Maxi:

Recordando a quien es el patrono de los sacerdotes de la Argentina, ante Nuestra Señora de la Asunción (“Mi Purísima” decía Brochero) te deseamos que seas muy feliz en tu servicio al Pueblo de Dios.

 

+ Carlos José Tissera
Obispo de Quilmes