MISA CRISMAL
El miércoles 16 de abril el Padre Obispo Marcelo (Maxi) Margni presidió la Misa Crismal, acompañado del Obispo emérito de la diócesis, Monseñor Rubén Frassia, los sacerdotes de Avellaneda-Lanús y pueblo de Dios.
Durante la celebración eucarística el Padre Obispo Maxi bendijo los santos óleos y consagró el crisma, y los sacerdotes renovaron sus promesas. sacerdotales.
UNGIDOS PARA SANAR, PEREGRINOS DE ESPERANZA
Homilía de la Misa Crismal 2025
Queridos hermanos sacerdotes, querido Pueblo de Dios:
En esta Misa Crismal, nos reunimos, un año más, con el corazón abierto a la gracia. El óleo que hoy bendecimos es signo de una unción real, que un día descendió sobre nosotros para configurarnos con Cristo, el Ungido. No fue solo un gesto simbólico. Fue y sigue siendo el sello de un amor que nos llamó por nuestro nombre para una misión concreta: sanar, consolar, liberar, anunciar la esperanza.
Y sin embargo, no llegamos hoy con las manos vacías, pero tampoco con el corazón ligero. Traemos con nosotros las marcas de este tiempo que no es para nada fácil. En la sociedad y en la misma Iglesia se han abierto heridas que todavía supuran. Y nosotros, pastores, no somos ajenos a esa fragilidad. También la cargamos. También la sufrimos.
Conozco, conocemos, a tantos hermanos sacerdotes que caminan con cansancio. Algunos físicamente debilitados, otros atravesados por la soledad. Hay desánimos que se van instalando. Hay frustraciones por una entrega que a veces no encuentra eco. Y también, entre nosotros, se cuelan esas tentaciones sutiles que desgastan: el individualismo que nos aísla, la comparación que enfría el corazón, la división, la rivalidad, el enojo crónico que termina por apagar la alegría del ministerio. Y detrás de eso, a veces, una tristeza callada… que no se atreve a pedir consuelo.
Pero justamente por eso, esta Misa tiene una fuerza especial. Porque nos vuelve a reunir como Iglesia en este Año Jubilar, como verdaderos peregrinos de esperanza. No como perfectos, sino como hermanos que necesitan volver a ser ungidos interiormente.
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido.”
Así comienza Isaías. Y esa palabra hoy no se dirige sólo a Jesús en el Evangelio, sino también a nosotros, porque Él quiso que su unción nos alcanzara. No para la comodidad. No para el prestigio. Sino para la entrega. Para vendar corazones heridos. Para consolar al pueblo. Para anunciar el año de gracia del Señor.
Somos sacerdotes ungidos no para brillar por nosotros mismos, sino para que a través de nuestras manos —a veces temblorosas— Dios siga tocando la vida de su pueblo. Y si esa misión nos sobrepasa, si a veces nos sentimos pobres o débiles, no olvidemos que la santidad no se mide por la perfección, sino por la fidelidad. Por la capacidad de seguir caminando, confiando, entregándonos cada día un poco más.
En este Jubileo 2025, el Papa nos invita a caminar como peregrinos de esperanza. Y eso incluye a los sacerdotes. Peregrinos que no se aíslan. Que se sostienen. Que se acompañan. Que comparten el pan, el silencio, la oración, la vida… Porque la santidad nace también de la fraternidad concreta, del poder decir “no estoy solo”, del animarnos a caminar juntos sin máscaras ni miedos.
Por eso, hoy, al renovar las promesas sacerdotales, no lo hacemos desde la exigencia o la carga, sino desde la gracia. Dios no nos pide lo imposible. Solo nos pide el corazón. Y ese corazón puede revitalizarse si se deja tocar por Él.
Y a ustedes, queridos hermanos y hermanas del pueblo de Dios: gracias por caminar con nosotros. Gracias por su fe, por su oración, por ese amor fiel con el que también ustedes nos consuelan y nos sostienen.
Que María, Madre de los sacerdotes, Reina del Cielo en su bendita Asunción, abrace a todos y nos ayude a vivir este Jubileo con alma renovada, con pasos firmes y con la alegría de sabernos peregrinos… nunca solos.
Amén.
☩ Padre Obispo Marcelo (Maxi) Margni
Obispo de Avellaneda-Lanús
“A ustedes, hermanos sacerdotes en camino, peregrinos de esperanza”
A ustedes,
que caminan donde el asfalto se quiebra
y la vida duele temprano.
A ustedes,
que reparten pan y esperanza
con las manos gastadas de Evangelio.
A ustedes,
que lloran a solas por los que no llegan,
pero al alba vuelven a salir,
con la estola siempre preparada.
No están solos.
Cristo camina con ustedes,
en cada misa con pocos,
en cada frustración pastoral,
en cada gesto secreto,
en cada abrazo sin hora,
en cada “Padre, rece por mí”
que les rompe el alma
y les enciende el corazón.
Hoy renuevan sus promesas.
No solo como un ritual,
sino como un fuego.
Porque el Buen Pastor
no los llama a ser héroes,
sino hijos y hermanos.
Gracias por estar,
por quedarse,
por creer,
por esperar,
por amar
aunque duela.
El Reino está más cerca,
más visible,
cada vez que uno de ustedes
elige seguir sirviendo,
entregando, amando…
Renovemos las promesas sacerdotales…