CARTA PASTORAL DE ADVIENTO 2024

 

Y la esperanza no quedará defraudada,
porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.

 

“La esperanza no defrauda” (Rom 5,5). Con estas palabras, san Pablo animaba a los cristianos de Roma y, del mismo modo, el Papa Francisco nos invita a vivir el Jubileo que se aproxima[1]. Con estas mismas palabras quiero acercarme a ustedes, queridas hermanas y hermanos, al comenzar este Adviento, para animarnos a vivirlo juntos como un tiempo fuerte de preparación.

Cuando san Pablo exhortaba así a los cristianos de Roma, lo hacía fundamentado en una experiencia que todos ellos compartían: “el amor de Dios derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5,5). ¡Qué bien nos hace volver a experimentar en el corazón cuánto nos ama Dios! Tal vez, al hacer un balance del año vivido, podamos volver a descubrir cómo Dios estuvo presente en nuestras vidas de muchas maneras y eso nos haga volver a agradecerle por su cuidado paterno por nosotros. A su vez, esta experiencia fundante de la fe nos abre a la confianza de que, en el futuro, Dios seguirá manifestando su amor, que es fiel y providente, que no cambia ni defrauda.

Ciertamente que esta esperanza no es ingenua. De hecho, les acerco estas palabras terminando un año que ha sido muy difícil para muchos de nosotros. La profunda crisis económica y social que vivimos no ha dejado a nadie indemne, y la multiplicación de la pobreza, con el empobrecimiento de la prestación de algunos servicios básicos, ha hecho que la vida de la mayoría de nosotros se complique, incluso, excesivamente. Tampoco el panorama mundial pareciera ser promisorio, cuando las guerras y la violencia siguen multiplicándose por todas partes y cobrándose tantas vidas inocentes.

¿Se puede seguir esperando en un contexto así? Como les decía, San Pablo no nos presenta una esperanza ingenua: “sabemos que la tribulación produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza” (Rom 5,4). Por lo tanto, este tiempo de tribulación es también tiempo de ejercitar la esperanza. El Adviento, especialmente, nos recuerda que Dios mismo viene a intervenir en favor de su pueblo, que inaugurará un tiempo de paz y de justicia duradero. Esperamos “la manifestación gloriosa de nuestro Salvador” (cf. Tit 2,13), la esperamos sobre todo en nuestras tribulaciones, en nuestras luchas, en nuestros cansancios, en nuestros dolores compartidos. Por eso, gemimos “esperando la redención” (Rom 8,23), junto a la creación, “que espera la revelación de los hijos de Dios” (Rom 8,19), y al Espíritu, “que intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rom 8,26). Aprovechemos la liturgia del Adviento para clamar con “el Espíritu y la Esposa”: “¡Maranathá! ¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,17.20).

Quisiera confesarles que no espero que esto suceda como en un futuro incierto. Me siento invitado por Dios a ser, en medio de ustedes, testigo de esperanza. De hecho, este año pude acercarme a muchos de ustedes en las distintas visitas pastorales a las comunidades. Fue un tiempo intenso y un poco agotador, pero sumamente reconfortante. Pude conocerlos más y descubrir cómo intentan ser fieles a Dios en un contexto tan adverso. Los conocí en sus esfuerzos, en su creatividad pastoral, en su alegría compartida. También en sus dolores y en su fidelidad probada. Como obispo, padre y hermano, veo en ustedes, en nuestras comunidades, ya algunos gérmenes de vida que me llenan de esperanza. Son ustedes, hermanas y hermanos míos, un hermoso fruto que me alegra poder presentar al Salvador que viene. ¡Gracias, también, por ser el aceite para que la lámpara de mi esperanza se mantenga encendida y siga dando luz!

Los invito, entonces, a renovar la esperanza durante este Adviento que iniciamos. No quiero pedirles nada nuevo, sino renovar la invitación que les hiciera en las orientaciones pastorales del año pasado[2]:

    • Compartamos tiempo de oración juntos, en las comunidades. Sobre todo, los invito a orar con la Palabra de Dios, que es fundamental para nuestra vida cristiana: “toda la evangelización está fundada sobre ella, escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada”[3]. Podemos aprovechar el texto de Rom 5,1-11 o los textos de la liturgia del adviento, tan rica en figuras de promesas de Dios. Otra posibilidad es leer y reflexionar juntos algunos valiosos textos que en estos meses nos ha regalado el Papa Francisco, como la Bula de Convocación al Jubileo o su última carta Encíclica Dilexit nos[4].
    • Los invito también a seguir cultivando entre ustedes el amor fraterno, en clave de “mística fraterna”. Que cualquiera que se acerque a nuestras comunidades pueda descubrir cuánto Dios lo ama a través del amor que ustedes se tienen. Junto a Francisco, “quiero pedirles especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente. Que todos puedan admirar cómo se cuidan unos a otros, cómo se dan aliento mutuamente y cómo se acompañan: «En esto reconocerán que son mis discípulos, en el amor que se tengan unos a otros» (Jn 13, 35)”[5].
    • Sigamos conmoviéndonos con el dolor de los más necesitados, pero transformemos eso en ocasión para una caridad renovada y creativa, fuente de esperanza. Acojamos el llamado del Papa a una espiritualidad de “reparación” del Corazón de Jesús, presente en los que más sufren. Como nos recuerdan las conclusiones del Sínodo, “mientras se alimenta en la Eucaristía del Cuerpo y de la Sangre del Señor, la Iglesia sabe que no puede olvidar a los pobres, a los últimos, a los excluidos, a los que no conocen el amor y están sin esperanza, ni a los que no creen en Dios o no se reconocen en ninguna religión instituida. Los lleva al Señor en la oración y luego sale a su encuentro, con la creatividad y audacia que le inspira el Espíritu”[6].

Les doy las gracias, porque sé bien que mucho de esto que los invito a vivir ya lo están realizando con esmerada entrega.

Quisiera terminar estas líneas dirigiendo nuevamente la mirada al ya cercano Año Santo, que iniciará en la Iglesia al final del camino de este Adviento, cuando se abra la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. En nuestra diócesis, quiero convocarlos a todos a la apertura del Jubileo que, en comunión con todas las Iglesias particulares del mundo y siguiendo la invitación del Papa Francisco, viviremos el domingo 29 de diciembre, encontrándonos a las 19 h en la capilla del Colegio María Auxiliadora para, desde allí, peregrinar juntos, como Iglesia diocesana, hacia nuestra Catedral, donde celebraremos la Misa de Apertura. Será una oportunidad para todos nosotros, Pueblo de Dios que peregrina en Avellaneda-Lanús, de ser signo del camino de esperanza que une a los creyentes y que es testimonio para el mundo.

Que María, Madre de la esperanza, dé a luz un nuevo tiempo de Dios entre nosotros.

Les dejo mi bendición.
 

 Padre Obispo Maxi Margni
Obispo de Avellaneda-Lanús

Avellaneda-Lanús, 30 de noviembre de 2024.

 

 

 

[1] FRANCISCO, Bula de convocación al Jubileo Ordinario del año 2025 Spes non confundit (9 de mayo de 2024), disponible en: www.vatican.va.
[2] Orientaciones pastorales para nuestra Iglesia en camino (28 de mayo de 2023), disponible en:
avellanedalanus.org.ar.
[3] FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual (24 de noviembre de 2013), 174.
[4] Francisco, Carta encíclica sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo Dilexit nos (24 de octubre 2024), disponible en: www.vatican.va.
[5] FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 99.
[6] XVI ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS, Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión. Documento final (26 de octubre de 2024), 153.